Ambos síntomas son característicos del Trastorno Obsesivo Compulsivo, pero ¿qué entendemos los psiquiatras cuando hablamos de obsesiones y compulsiones?
Las obsesiones las definimos como pensamientos parásitos, egodistónicos que reconocemos como propios. Parásitos porque son pensamientos que aparecen en nuestra conciencia sin que los hayamos evocado y persisten pese a nuestro esfuerzo de deshacernos de ellos. Egodistónicos porque nos generan malestar (tensión, ansiedad, temor, dificultades para concentrarnos, escrúpulos morales, duda, repulsión, etc.). La última característica de los pensamientos obsesivos es que pese a lo extraño muchas veces de estos pensamientos los reconocemos como propios; es decir, somos capaces de reconocer como patológico este tipo de ideas.
Las compulsiones son generalmente actos motores (aunque no siempre, también pueden ser pensamientos como por ejemplo recitar una frase, canción, rezo, etc.). Lo que define una compulsión es su propósito, que es neutralizar el malestar provocado por la obsesión. Mediante la compulsión se alivia la tensión psíquica generada por la obsesión.
Las obsesiones más frecuentes son las de contaminación (por ejemplo la preocupación de haberse contaminado con algún germen al tocar el pomo de una puerta) que se siguen de compulsiones de limpieza (limpiarse de forma concienzuda las manos incluso con productos que pueden llegar a ser abrasivos).
En muchas ocasiones la relación entre obsesión y compulsión es más compleja ya que entre ambas puede que no se establezca ningún nexo lógico. Por ejemplo, un temor a atragantarnos si comemos alimentos con determinadas características (obsesión) que para neutralizarlo recurrimos a recitar mentalmente algunos números primos (compulsión). O el temor a poder morir por la noche (obsesión) si antes de acostarnos no encendemos y apagamos la luz cinco veces (compulsión).
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